Mi mesa en el estudio mide ciento ochenta centímetros por noventa centímetros.
Su cubierta fue ensamblada con pedazos de madera sobrantes de una de mis construcciones.
La cubierta se sostiene sobre dos bases tipo burro.
En ella tengo una charola de madera con todas mis herramientas básicas:
lápices, estilografos, exactos, tijeras, pinceles, espátulas, pegamento, sacapuntas, goma
cinta adhesiva, cinta doble, masking tape, botellas chicas de pintura acrílica,
reglas, escuadras, cinta metrica, spray mount, spray fix y un sello de fechas.
Siempre hay tres pilas, una de los (dos o tres) libros que estoy consultando,
otra de las (seis) libretas que uso simultáneamente, cada una con su tema específico,
Y otra de papel blanco que uso para mis postales y mis dibujos.
Tengo una tabla de corte y usualmente hay un vaso de agua o una taza de té en ella.
Suelo pasar unas cuatro o cinco horas en ella.
Ahí dibujo, escribo, tomo notas, pinto, y hago pequeñas esculturas de madera y papel.
Una vez al año me doy el tiempo de pulirla y encerarla
como gesto de agradecimiento (y para eliminar manchas y rayones que haya sufrido).
Cuando pienso en mi mesa de estudio me acuerdo del escritorio de Georges Perec,
de la mesa de Daniel Spoerri y del libro La mesa de Francis Pongue.
Mi mesa en el estudio cuenta su propia historia,
una historia de disciplina, de creatividad y de una exploración
a partir de pequeños ejercicios diarios explorando la repetición y la diferencia.